POESÍA
Los díasI
Tan cierto como el beso que te roza la boca,
el reencuentro que humedece las miradas.
Una palabra solitaria busca su lugar en la mesa
y termina en sonrisa leve refugiándose en los dibujos del mantel,
entre hojas y uvas descoloridas. Tan cierto.
Como la mariposa dando en la luz del farol que se apaga
diciéndoles eso es todo, sin dolor ni alegría.
Allí también están esas cajas discretamente calladas,
con sus tenedores torcidos de pánico
y los cuchillos desafilados en el hastío.
Y esos dos sillones que nadie quiso, esperando.
Son todos caminos de regreso,
senderos proverbiales a ese lugar y ese momento,
el impávido reloj
bajo el vendaval de palabras no pronunciadas,
el vacío que soporta la casa desde el fondo hasta la puerta.
Todo es un reproche de la ausencia, y la ausencia es
de todo reproche, mientras las manos revisan algo en los bolsillos.
Tan cierto como los ojos que se buscan cada tarde
desde el umbral abandonado, cuando en la calle pasa la vida
y las cosas ajenas tienen más brillo.
Perdidos en una esquina del eterno, han vuelto por una sola razón.
Tan cierto como una promesa incumplida,
esas sombras fugaces del silencio.
II
No te duermas,
yo estaré afuera, pensando en ti cuando dormías
con la luz encendida para los fantasmas,
y caminabas las noches de insomnios y tormentas
con una vela apagada en una mano
y en la otra cerillas
por si acaso.
Estaré hilando comprensión y desazones hasta el alba,
atenta a los sonidos de la selva nocturna donde todo animal
piensa y acecha,
bordando letras y botones de oro sin aromas
en el bastidor redondo de una vida rectángula.
Estaré lista con la sal para echar al patio y esconder
los cuchillos amenazantes. Lista para quemar hojas de olivo
y taparme los oídos luego del relámpago.
Atenta a que el barco bravío de ese cuadro se desamarre
cruce la ciudad y alcance tu alma,
nada más raro que un barco en un semáforo pero él seguirá adelante
por las calles ajadas bajo la niebla
entre las exclamaciones grotescas de los zombies
que se creen despiertos.
No te duermas.
Yo intentaré
hacer esas llamadas forzosas, limpiar la gran olla para el domingo,
regar los malvones, plegar las viejas cartas y hacer que se apilen
apretándose en el pasado, en esas latas de té que ya no cierran.
Cuidaré la mesa de madera hasta que no se sostenga.
Me ocuparé de saciar los vacíos con cenizas
si fuese necesario.
No duermas todavía,
escucharé la voz de mis muñecas
y daré de beber a los camellos el agua que preparé
para el viaje.
Alguien responderá mis preguntas de niña
afuera de tu sueño.