INFANTILES
Cola de León, cabeza de Ratón. Dibujos de Martín Charruff
El león tenía hambre y estaba por comerse a un ratón. No había otra cosa a mano en la pradera, y más allá estaban los elefantes, que no se veían muy amigables. Los elefantes obedecían a Dante, un elefante gigante que era el rey entre todos los animales. El león nunca había logrado vencerlo, ni arañarlo ni asustarlo.
El ratón, al verse acorralado por el león, se puso a darle cháchara.
-¿No que tú eras el rey? ¿Cómo es que te contentas con una presa tan pequeña y pobre como yo? –dijo el ratón.
-Por gusto –contestó el león y dio un paso adelante. Era un animal muy grande y su larga melena tocaba en el suelo. El ratón temblaba de pies a cabeza, pero debía pensar rápido en algo o morir
-¿Ya no eres el rey? –insistió el ratón.
-Lo seré –rugió el león, mirando de reojo al elefante Dante que paseaba por ahí muy tranquilo.
-Dicen que no puedes vencerlo –dijo el ratón.
-¿De qué hablas, bola de pelos? ¿Te has visto? Tienes tanto pelo como un gato, ¿qué clase de ratón eres?
-Soy de la clase inteligente –dijo el ratón-. ¿Has oído el dicho “cola de león o cabeza de ratón”? Pues yo usaré mi cabeza ahora.
-¡Y yo usaré todo tu cuerpo para saciar mi hambre! ¡Arrrfff! –rugió el león, impaciente.
-¡Un momento! –gritó el ratón, levantando sus manitos. Era un ratón gordito y con largos bigotes como agujas negras. El león lo veía realmente muy apetitoso.
-¿Qué ocurre ahora? Habla, de todas maneras te comeré.
-Te apuesto que puedo huir al elefante –propuso el ratón con mucha seguridad.
-¿¿¿Quééé??? ¡Oh, esta sí que es buena! –se rió el león, que riéndose parecía más voraz.
-Apuesto mi cabeza, o mejor todo mi cuerpo, contra tu cola. Apuesta tu cola, león, yo haré correr al elefante Dante como si hubiese visto a un fantasma –lo desafió el ratón.
-Está bien. Hazlo, puedo postergar mi almuerzo unos minutos –aceptó el león burlonamente.
-Trato hecho –dijo el ratón, alejándose hacia la zona de los elefantes-. Recuerda: cabeza de ratón…
-Sí, sí, bla, bla… Yo te observaré desde aquí –rezongó el león.
El ratón, más aliviado, se alejó del peligro. Cuando se acercó a Dante sólo tuvo que hacer ruido en el pajonal, que sonase como una víbora arrastrándose. El ratón sabía que los elefantes le temen a las víboras pues su picadura en la trompa puede ser mortal. Entonces el ratón corrió velozmente hasta que Dante lo escuchó, creyó que era una víbora y ¡zás, estampida de elefantes! Toda la manada huyó detrás de Dante, haciendo temblar el suelo.
Escondido en la colina el león no podía creer lo que veía. Estaba asombrado. ¿Cómo había logrado tal proeza ese pequeño sujeto, puro pelos y bigotes?
-Toma mi cola. ¡Anda, róela como si fue un trozo de queso, hasta cortarla! –gritó el león, rugiendo de rabia.
-¡No, no, quédate con ella! –respondió el ratón, volviendo lo más fresco, aunque por un segundo había pensado en desaparecer.
-¡Vamos, córtala! ¡No merezco ni el más mísero bocado! –se lamentó el león.
-Mmm, te verías muy feo sin cola, y a mí no me sirve para nada. Quédatela.
-¡Te pido disculpas! –dijo el león-. Nunca más pensaré que porque eres pequeño no puedes hacer las cosas que yo haría sólo porque soy más poderoso.
-Adiós, amigo león. Recuerda que me debes una… una cola.
Y el ratón se alejó rápidamente, por si acaso el león recordase que tenía mucha hambre y se lo comiese.
FIN